Goethe
y Sartre en el Balcán
Por José María
ORTIZ
PREFERÍA Goethe la
injusticia al desorden, y en torno a esa frase bárbara, que abre
una falla entre dos actitudes vitales, se alineaban antaño reaccionarios
y progresistas. Pero, ay, eso era en los claros días de la Razón,
cuando las líneas de fractura del pensamiento y del mundo aún
no se habían bifurcado en mil sendas siguiendo los regueros de
sangre de los nacionalismos. Hoy, cierta izquierda repudia la guerra
contra Yugoslavia porque podría
violar la ley internacional, y ese desvelo por el orden, al precio de
la justicia, no es sino conservadurismo. En Kosovo, 40.000 soldados
se disponen a asesinar a los albaneses que todavía no han huido,
y aún hay quien se escandaliza porque impedirlo equivale a zaherir
la soberanía de un Estado. El Derecho Internacional se afana
en evolucionar hacia la extraterritorialidad para impedir los crímenes
de lesa humanidad (lo cual, por novedoso, entraña desorden),
e incluso los lores le niegan la inmunidad a Pinochet, y mientras tanto
Anguita aboga por el derecho de Milósevic a matar dentro de sus
fronteras. La guerra, sí, es un amargo trago, que sólo
apuran quienes renuncian a la cómoda paz interior de los que
simplemente condenan. Si Goethe era el filósofo de la derecha
que hoy ama la izquierda, Sartre, que
prefería tener las manos sucias para no lavárselas ante
la injusticia, es el que aquélla ha abandonado en favor de una
ordenada conciencia: ¡Cómo pretendes conservar tu pureza...!
Qué miedo tienes a ensuciarte las manos. (...) No hacer nada...
bonito, ¿eh?(*)