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![]() 21/3/2000: este texto foi aqui publicado para assinalar
o Dia Mundial da Poesia.
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POESIA E CIÊNCIA
Las reflexiones sobre la poesía abundan tanto que sería obra de caridad no multiplicarlas. No tema el lector: mis reflexiones serán tan breves como poco dogmáticas. De hecho, el tema de estas páginas no es la poesía, sino el lenguaje poético y su comparación, y contraste, con el lenguaje científico. No tengo inconveniente en admitir que la poesía es una sublime revelación. Más modestamente, la veo como un lenguaje. Con ello no pretendo degradarla. Aun sin adherirme a tesis como la de Heidegger, «El lenguaje es la vivienda del ser», tan insondables como incomprensibles, sospecho que el lenguaje es entidad muy respetable. Tan respetable cuando menos como el ser humano, el cual -- se ha dicho a menudo -- no ha inventado ni ha recibido graciosamente el lenguaje, porque su existencia es congénita con la de éste. La poesía es también un lenguaje. Pero, ¿qué clase de lenguaje? No resuelve el problema adjetivar el término 'lenguaje' con calificativos más o menos generosos. Los vocablos 'divino', 'sublime' o 'misterioso' son atractivos. Son asimismo bastante desorientadores. Por sus anchas mallas se desliza todo. Si los adjetivos son aquí inevitables, conviene elegir otros más humildes. La poesía merece que se la contemple cara a cara, sin irreverencia, pero también sin conmiseración. Un debate, aun inconcluso, puede proporcionar un primer auxilio. De unos años a esta parte las prensas filosóficas gimen con la producción de artículos y libros relativos a la distinción entre diversos lenguajes. Sin enzarzarnos en discusiones supersutiles, podemos introducir una primera división tan esclarecedora como poco recomendable. Es la división de los lenguajes en dos clases mutuamente exclusivas: la de los lenguajes emotivos y la de los lenguajes indicativos. Los adjetivos propuestos por los filósofos son más numerosos. Los lenguajes emotivos son llamados también evocativos; los lenguajes indicativos son asimismo calificados de informativos, referenciales y, con menos razón, simbólicos. La diferencia entre unos y otros es esencialmente la vieja diferencia entre el lenguaje científico y el lenguaje literario -- y, por excelencia, poético --. Comprendemos por qué algunos filósofos se han empeñado en proclamarla y aun en exacerbarla. Irritados por las pretensiones de algunos poetas, los filósofos en cuestión han pretendido que la tan decantada sublimidad de la poesía se apoya en el hecho de que las frases poéticas son incitantes en la forma, pero vacuas en el contenido. Los poetas emplean un lenguaje que «sugiere» casi todo justa y precisamente porque no «dice» nada. Esta doctrina -- que a veces parece más bien una denuncia -- tiene, a primera vista, un aire bastante convincente. El lenguaje poético no parece describir «la realidad», sino alguna otra cosa -- acaso «otra realidad» --. Considérense dos ejemplos. En las Elegies de Bierville, de Carles Riba, se lee el siguiente verso: Una absència d'espill ha devorat els meus ulls...que, traducido literalmente reza: Una ausencia de espejo ha devorado mis ojos...¿Qué dice el poeta? Traducido el verso a un lenguaje «informativo», algo bastante raro. Para empezar, «ha devorado mis ojos» es un poco alarmante; ¿en qué consiste y cómo se devoran los ojos, a menos que sea «de verdad» (cosa que el poeta no quiere decir)? Lo más probable es que sea un modo de decir que los ojos han quedado como ciegos. Pero esto es aun «tolerable». ¿Qué ocurre con la «ausencia de espejo»? En primer lugar, ¿qué significa hablar, como si fuese una presencia, de una ausencia? Algunos filósofos han disertado ad nauseam sobre presencias y ausencias, pero, una vez traducidas, o interpretadas, sus digresiones, e inclusive sus juegos de palabras, se ha concluido que no eran más extravagantes que cualesquiera proposiciones modales, donde la ausencia puede ser entendida en términos de posibilidad. Puede que el poeta no esté lejos de entender las cosas -- o la ausencia de ellas -- de este modo, aunque se le haría magro favor, en cuanto poeta, en convertirlo en un especialista en lógicas modales. En segundo término, y sobre todo, ¿cómo concebir que una ausencia de espejo pueda devorar los ojos de nadie, incluyendo los muy reales del poeta? En el poema titulado Palme, Paul Valéry ha escrito: Patience, patience!que, literalmente traducido, reza: ¡Paciencia, paciencia!¿Qué «dice» el poeta? De hecho, no «dice» (una vez más) nada. Consideremos los dos primeros versos. No son de índole emotiva, sino imperativa: el poeta ordena y manda al poeta -- o a todo creador -- ser paciente. Con ello se plantea un problema suplementario: el de un lenguaje cuyas expreiones son imperativas. Puede que en este caso el poeta alcance a «decir» algo, si bien quienes más han insistido en la división de lenguajes en informativos, imperativos, etc., han observado a menudo, paradójicamente, que las expresiones imperativas pueden ser consideradas como una subclase de pseudoenunciados emotivos. Según esto, las expresiones imperativas se limitan a expresar el deseo -- o deseos -- de quienes las formulan. Consideremos el problema resuelto. ¿Qué sucede con los dos últimos versos? Serían casi extravagantes para alguien que, formado exclusivamente en las ciencias, no hubiese oído hablar nunca de poesía, aun cuando lo más probable es que, a tenor del carácter metafórico de gran parte del lenguaje corriente y moliente, hubiese hecho poesía sin saberlo, como Monsieur Jourdain -- el inevitable ejemplo -- hablaba sin saberlo en prosa. Tratemos, en efecto, de traducir dichos dos versos a un lenguaje informativo que cumpla con las condiciones pertinentes. ¿Cabe hablar en serio de «átomos de silencio»? ¿Cabe decir, con «buena conciencia científica», que los átomos de silencio ofrecen oportunidades de frutos maduros? Parece, pues, que la división de los lenguajes en científicos (en general) y en poéticos (en general) es inevitable. O el escritor aspira a decir algo -- en cuyo caso su lenguaje no será poético, o lo será á son insu --, o le tiene sin cuidado decir nada -- en cuyo caso su lenguaje no será indicativo, esto es, declarativo o, si se quiere, hipotético-declarativo; en todo caso, referencial o científico. Apunté que esta división de lenguajes es esclarecedora. Agregué que es poco recomendable. Es improbable, en efecto, que el poeta no diga nada de nada; por lo menos, algo dirá de sus impresiones o emociones, que forman parte de la realidad. Por otro lado, no es ni mucho menos obvio que el hombre de ciencia use continuamente expresiones clara y unívocamente referenciales. Una hipótesis, por ejemplo, no se refiere a nada determinado; quiero decir que no es puramente indicativa o declarativa. En vista de ello, cabe admitir que no hay ni lenguajes absolutamente poéticos ni lenguajes absolutamente científicos. ¿Habrá que concluir que cualquier clasificación de este tipo es simplemente «tendencial»? Así parece. Pero no nos precipitemos. Es posible que haya otras clasificaciones más satisfactorias. En todo caso, algunos filósofos han sugerido que la diferencia entre el lenguaje de la poesía y el de la ciencia depende menos del contenido -- o de la falta de contenido -- que de la forma o, mejor dicho, de la estructura. Como consecuencia de ello ha surgido una nueva doctrina: la estructura del lenguaje científico es reversible; la del lenguaje poético, irreversible. El científico puede, si quiere, alterar el orden de los vocablos, o de los símbolos, siempre que cumpla con una serie de condiciones: no alterar el sentido, conservar la correspondencia, mantener la sinonimia. El poeta no puede alterar la estructura de su obra a riesgo de transformarla. Consideremos otros dos ejemplos. Uno, asimismo de las Elegies de Bierville, de Carles Riba, el verso: Clou-te, cúpula verda, per sobre el meu cap, cristallina!,que cabe traducir, con las consiguientes pérdidas fónicas, y otras, por: ¡Ciérrate, cúpula verde, por sobre mi cabeza, cristalina!Estos versos son aproximadamente idénticos a: Cúpula verda, cristallina, clou-te sobre el meu cap;y: ¡Cúpula verde, cristalina, ciérrate sobre mi cabeza!El otro ejemplo procede de Racine: es el célebre comienzo de Phèdre: Le dessein en est pris, je pars, cher Théramène,casi idéntico a: Cher Théramène: le dessein en est pris, je pars.Pero los versos no son idénticos a sus transcripciones significativas. El comienzo de Phèdre pierde no poco de su elegancia y solemnidad si se empieza (casi comercialmente) con «Cher Théramène». El verso de Carles Riba pierde no poco de su aura alada. Uno y otro pierden el ritmo, que en estos versos es esencial. En vista de ello, cabría decir que mientras la ciencia constituye un universo de proposiciones abiertas y, en principio, rectificables, la poesía forma un mundo de frases cerradas y, en principio, inmodificables. «Un poema -- ha escrito Carles Riba -- no se explica, es decir, sus palabras no son intercambiables.» El poeta ha expresado esa misma tendencia a considerar la obra poética -- y, en general, la obra artística -- como un universo cerrado -- a veces hasta hermético --. La poesía, en suma, a diferencia de la ciencia, parece obedecer solo ciertas leyes: sus propias leyes. Pero la división de acuerdo con la forma, lo mismo que la división según el contenido, es sostenible solo con ciertas cautelas. Ante todo, no es obvio que la estructura del lenguaje científico sea una estructura enteramente abierta. Las sustituciones en los términos tienen que obedecer, por supuesto, las leyes de la correspondencia y de la sinonimia. Además, una ciencia no consiste tan solo en un universo de proposiciones exclusivamente sometidas a las condiciones de la experiencia. Otros principios rigen en él. Por ejemplo, el principio de simplicidad. O el de armonía. O -- el menos dudoso de todos -- el de coherencia. En último término, el lenguaje de la ciencia es una construcción -- una construcción humana --. Sin caer en el idealismo, y menos aún en el antropocentrismo, es razonable sostener que en ciertas zonas el lenguaje de la ciencia toca o, si se quiere, roza el lenguaje del arte y en particular el de la poesía. Como la poesía, la ciencia no rehuye la posibilidad de que su lenguaje sea un día irreversible. Y acaso la más alta ciencia -- aquella, por ejemplo, que, según Leibniz, solo Dios posee -- sea la que atenúe, hasta borrarlos, los limites entre la expresión poética y la científica. Así, esta segunda división de los lenguajes es también esclarecedora, pero, división humana en fin de cuentas, de naturaleza menos real que pragmática. Lenguaje poético y lenguaje científico se distinguirían entonces no por lo que irrevocablemente son, sino por lo que, no menos irrevocablemente, tienden a ser. ¿No habrá, pues, diferencia esencial entre el uno y el otro? ¿Se tratará solo de una cuestión de grado y jamás de una cuestión de principio? Después de renunciar, por considerarlos confusos, a los calificativos patéticos sobre la poesía, ¿no habremos introducido -- con las indulgencias acostumbradas entre los filósofos -- una confusión aún más turbia? No lo creo así. En primer lugar, las distinciones basadas en tendencias no son menospreciables. En segundo término, el hecho de que la ciencia y la poesía marchen, como todo lenguaje por la misma senda, no excluye que no estén separadas por una distancia respetable. Es menester, pues, reformular el problema. No sería justo que, con el pretexto de acentuar las coincidencias, termináramos por olvidar las discrepancias. Las doctrinas antes reseñadas tenían una virtud: la claridad. Poseían también un defecto: el error. Sería menester hallar ahora una doctrina que fuese a la vez verdadera y clara. Muchas objeciones acumuladas sobre las mencionadas doctrinas no son demasiado satisfactorias. Creo que son ciertas; no estoy muy seguro de que sean completamente claras. Una doctrina que sin estar convicta de error estuviese penetrada de claridad rendiría, pues, un servicio estimable. Intentaré bosquejarla. De hecho, filósofos y críticos literarios han abierto ya para ello algunos senderos. Como de costumbre, han sido desbrozados con la herramienta más adecuada para esta tarea: la paradoja. Se ha observado, en efecto, que en el interior de las doctrinas que propugnan la división radical entre los dos mencionados lenguajes se han producido algunas fisuras -- algunas contradicciones --. No es, pues, necesario acumular objecciones «externas». Como ocurre a veces, las dificultades «internas» han bastado para confirmar la simultánea utilidad y falibilidad de las teorías. Supongamos, así, que el lenguaje poético sea un lenguaje puramente evocativo o emotivo, sin referencia a la realidad (o sin «contacto» con ella) y sin pretensiones cognoscitivas. Supongamos también que sea un lenguaje cerrado, un universo lingüístico independiente y, además, irreversible. ¿Qué consecuencias se sacan de ello? Ante todo, que la interpretación de toda producción poética tendrá que realizarse en el interior de tal lenguaje. Por consiguiente, quedarán eliminadas de toda interpretación la biografía del poeta, la comunidad histórica dentro de la cual vive o ha vivido, la sociedad o el segmento de sociedad para la cual ha escrito su obra. Ni la psicología, ni la sociología, ni la historia tendrán nada que ver con ese universo inmaculado: explicarlo equivaldrá a macularlo. Pero eliminar cuanto el poeta ha pretendido decir no es suficiente; será menester eliminar también cuanto el poeta ha dicho. ¿Ha «dicho»? Pero, ¿es que ha dicho realmente algo? «Decir» significa primariamente describir una realidad -- o las leyes de una realidad --. Y si la obra poética no va más allá de sí misma, ¿cómo podrá decirse de ella nada que no esté ya contenido en ella? Los vocablos de la poesía desempeñarán, pues, en tal caso un papel semejante al que desempeña la mención -- a diferencia del uso -- de los signos. Un signo usado designa una realidad; un signo mencionado se designa a sí mismo -- si se quiere, es él mismo «la realidad» --. Ahora bien, desde el punto de vista interno la poesía no puede tener otro contenido que la mención de sí misma. Al obedecer exclusivamente las leyes del propio universo, la poesía abandona al poeta y a la realidad que el poeta pretende describir, pero que no puede, en tanto que poeta, describir. En suma: la poesía, como forma puramente interna, obedecerá solamente las leyes del lenguaje poético. Un lenguaje atento únicamente a sus propias leyes tiene una sola dimensión: la dimensión sintáctica. La sintaxis -- el estudio de la mutua relación entre signos, prescindiendo de lo significado por ellos -- será, pues, la única ciencia capaz de ilustrarnos acerca de la poesía. Pero ¿cuál es esa sintaxis? Evidentemente, la sintaxis poética. La cual podrá apoyarse en la sintaxis gramatical, pero sin considerar a ésta como normativa. La sintaxis gramatical será, a lo sumo, un auxiliar de la sintaxis poética. Pues ésta consistirá en otras leyes que las que permiten construir frases inteligibles. La inteligibilidad, poca o mucha, de la poesía, será simplemente un gratuito añadido del lector, el cual, incapaz de percibir la interna condición del lenguaje poético, se empeñará en «comprenderlo». Así, la poesía como pura sintaxis poseerá una completa transparencia. No será, por supuesto, la transparencia significativa. Será la transparencia engendrada por el orden -- un orden aún más rígido que el lógico, porque, a la inversa de éste, será enteramente irreversible --. En suma: la poesía pura -- expresión absurda en una doctrina según la cual toda poesía es necesariamente pura -- rehuirá la inteligibilidad, precisamente porque será a su modo el más alto exponente de pura inteligibilidad. La oscuridad de la significación no será, por tanto, siempre un defecto. De hecho, no será ni un defecto ni una cualidad. 'Es oscuro' y 'es claro' serán predicados sin sentido. «Inteligibilidad» significará, así, solamente el hecho de que en este género de poesía los vocablos empleados por el poeta estarán dispuestos en un cierto orden -- es decir, en un cierto ritmo --. La poesía será, por consiguiente, disposición de formas -- o de signos -- en un orden determinado, y la «interpretación» de la poesía se reducirá a un estudio de todas las leyes posibles de ordenación del ritmo verbal. Esta concepción de la poesía es perfectamente compatible
con la idea de que el lenguaje poético no «dice», ni
aspira a «decir» nada. La poesía como sintaxis es «pura».
No solo carece de dimensión semántica, sino también
de dimensión «pragmática»; no está hecha
para lectores, u oyentes, sino solo para sí misma.
La cantidad de movimiento es una constante equivalente al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad,formulamos una proposición que posee una significación: el hecho de que en el mundo físico de la mecánica clásica la cantidad de movimiento sea una constante equivalente al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad. Mientras no se demuestre el error de la fórmula, su significación será siempre una, y será siempre la misma. Por eso podemos -- y debernos -- traducirla a un lenguaje simbólico. Si escribimos: Todo conductor de corriente eléctrica localizado en un campo magnético en ángulo derecho a la de fuerza será empujado por una fuerza directamente proporcional a la densidad del fluido, la corriente y la longitud del conductor,formulamos una proposición que posee asimismo una sola significación: la que expresa el hecho de que todo conductor en la situación descrita experimentará el empuje de una fuerza directamente proporcional a la densidad del fluido y a la corriente y longitud del elemento conductor de corriente. Se trata de una relación cuyas variables cuantitativas no pueden llenarse de otro modo que como se ha indicado. Consideramos estas proposiciones como científicas justa y precisamente en virtud de su univocidad dentro de las condiciones especificadas. Cierto que no todas las proposiciones científicas ofrecen estructuras tan «transparentes» como las mencionadas fórmulas (o leyes). Pueden encontrarse proposiciones que, a más de su sentido explícito, poseen algún sentido implícito -- proposiciones cuyo sentido es completo solo cuando se tienen en cuenta tales o cuales supuestos --. Pero se espera siempre que, cuando sea menester, tales supuestos puedan hacerse, a su vez, explícitos. En ciencia se aspira -- aun si no siempre se logra -- a formular proposiciones «sin doble fondo». Arrastrada por su «manía» de enunciar, y de enunciar exactamente (matemáticamente) lo que pretende decir, la ciencia sacrifica gustosamente la turbadora belleza del lenguaje implícito a la tranquila elegancia del lenguaje explícito; al secreto prefiere la publicidad, y la seguridad de ser inclusive «trivial», o «superficial», le atrae más que el riesgo de ser profunda. No así con la poesía. En una de sus Estàncies, Carles Riba ha escrito: El temps, fill de la Mort, espia i mai no és las(«El Tiempo, hijo de la Muerte, espía y jamás se fatiga»). En el Bateau ivre, de Rimbaud, leemos: J'ai vu le soleil bas, taché d'horreurs mystiques(«He visto el sol poniente, manchado de horrores místicos»). Ambas expresiones son lúcidas, en el sentido de que no se entregan a la facilidad que depara el embrollo de los términos, los sentimientos y las ideas; los poetas han dispuesto sus signos verbales como los buenos compositores disponen sus notas: destacándolas una por una, con una mezcla singular de genialidad y virtuosismo. No por ello, sin embargo, son las expresiones unívocas. Un crecido número de significados cruzan, como relámpagos, la significación más aparente y visible. En Carles Riba, el «tiempo» no es el tiempo, la «muerte» no es la muerte, y «espiar» no es, o no es solo, acechar con disimulo. En Rimbaud «el sol» no es el sol ni sus «manchas» son las manchas solares; los «horrores místicos» no son solo horrores calificados de un modo inesperado. No se puede negar, pues, que la poesía carece de dimensión semántica. Desde este punto de vista, participa de caracteres comunes al lenguaje corriente y al científico. Pero en el marco de estas coincidencias hace irrupción una esencial discrepancia: el lenguaje de la poesía es siempre implícito. En el fondo de cada expresión poética, invisible a menudo al propio poeta, se oculta un universo preñado de significaciones. Algo similar ocurre con la otra dimensión del lenguaje: la pragmática. Solo uno es, o debe ser, o se espera que sea, el vínculo que, dentro de la proposición científica, une su estructura sintáctica, su dimensión semántica y su acepción pragmática. Solo una es -- o debe ser -- la linea que parte de la proposición científica a la comprensión de su significación. Muchos son, en cambio, los vínculos que unen la obra poética al lector -- o al poeta --. También aquí podemos decir, pues, que la diferencia entre el lenguaje científico y el lenguaje poético no es simplemente una diferencia de estructura o de contenido. Es una diferencia de naturaleza. Con lo cual se empieza a vislumbrar por qué la distinción entre los dos lenguajes es a la vez más y menos radical de lo que postulaban aquellas primeras teorías. Es menos radical porque, en tanto que lenguajes obedecen idénticas leyes y poseen idénticas dimensiones. Es más radical porque la función de esas leyes y de esas dimensiones es distinta en cada uno de los lenguajes. No se trata, pues, de que la poesía sea asunto del corazón y la ciencia quehacer de la inteligencia. Se trata de que, con el corazón y con la inteligencia, el poeta y el científico construyen, igualmente justificados e igualmente indispensables, dos mundos. |
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