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UNAMUNO (MIGUEL DE) (1864-1936) nació en Bilbao. Limitándonos a los datos académicos, mencionaremos solo que estudió en el "Instituto Vizcaíno" de Bilbao (1875-1880) y en la Universidad de Madrid (1880-1884). En 1891 tomo posesión de la cátedra de griego en Salamanca, a la que se acumuló luego la de filología comparada de latín y castellano. Fue profesor (y rector) en Salamanca hasta su jubilación, en 1934, cuando fue nombrado "Rector perpetuo", con excepción de los años pasados en el destierro (1924-1930), en Fuerteventura, París y Hendaya. La vida y el pensamiento de Unamuno, íntimamente enlazados con las circunstancias españolas y con la gran lucha sostenida desde fines del siglo pasado entre los europeizantes y los hispanizantes, lucha resuelta por Unamuno con su tesis de la hispanización de Europa, pueden comprenderse en función de las intuiciones centrales de su filosofía, consistente en una meditación sobre tres temas fundamentales: la doctrina del hombre de carne y hueso, la doctrina de la inmortalidad y la doctrina del Verbo. La primera, que es acaso su problema capital y el fundamento de todo su pensamiento, es expuesta por Unamuno al hilo de una polémica contra el hombre abstracto, contra el hombre tal como ha sido concebido por los filósofos en la medida en que hacían filosofía en vez de vivirla. El hombre, que es objeto y sujeto de la filosofía, no puede ser, según Unamuno, ningún "ser pensante"; por el contrario, siguiendo una tradición que se remonta a San Pablo y que cuenta entre sus mantenedores a Tertuliano, San Agustín, Pascal, Rousseau y Kierkegaard, Unamuno concibe el hombre como un ser de carne y hueso, como una realidad verdaderamente existente, como "un principio de unidad y un principio de continuidad". La proximidad de Unamuno al existencialismo, subrayada ya en diversas ocasiones, no impide ciertamente que su intuición y sentimiento del hombre sean, en el fondo, de una radicalidad mucho mayor que la expresada en cualquier filosofía existencial. En su lucha contra la filosofía profesional y contra el imperio de la lógica, en su decidida tendencia a lo concreto humano representado por el individuo y no por una vaga e inexistente "humanidad", Unamuno hace de la doctrina del hombre de carne y hueso el fundamento de una oposición al cientificismo racionalista, insuficiente para llenar la vida humana concreta y, por lo tanto, también impotente para confirmar o refutar lo que constituye el verdadero ser de este individuo real y actual proclamado en su filosofía: el hambre de supervivencia y el afán de inmortalidad. Toda demostración conducente a demostrar o a refutar estos sentimientos radicales es para Unamuno la expresión de una actitud asumida por los que "solo tienen razón", por los que ven en el hombre un ente de razón y no un haz de contradicciones. Haz de contradicciones que se revela sobre todo cuando se advierte que el hombre no puede vivir tampoco sin la razón, la cual ejerce represalias y coloca al hombre en una inseguridad que es, a la vez, el fundamento mismo de su vida. Pues si Unamuno ha combatido sobre todo al cientificismo y al racionalismo, ha sido porque ellos adquirían en cierto momento un aire de ilegítimo triunfo, un peso que hubiera en fin de cuentas aplastado al hombre. El cientificismo y el racionalismo son uno de los caminos que conducen al suicidio. la actitud adoptada por quienes, en su afán de teología, esto es, de abogacía, o en su invencible odio antiteológico, no advierten en la contradicción el verdadero modo de pensar y de sentir del hombre existencial. El fundamento de la creencia en la inmortalidad no se encuentra en ninguna construcción silogística ni inducción científica: se encuentra simplemente en la esperanza. Pero la inmortalidad no consiste a su vez para Unamuno en una pálida y desteñida supervivencia de las almas. Vinculándose a la concepción católica, que anuncia la resurrección de los cuerpos, Unamuno espera y proclama la inmortalidad de cuerpo y alma y precisamente del propio cuerpo, del que se conoce y sufre en la vida cotidiana. No se trata, por lo tanto, de una justificación ética del paso del hombre sobre la tierra, sino simplemente de la esperanza de que la muerte no sea la definitiva aniquilación del cuerpo y del alma de cada cual. Esta esperanza, velada en la mayor parte de las concepciones filosóficas por nebulosas místicas y por sutiles sistemas, es rastreada por Unamuno en los numerosos ejemplos de la sed de inmortalidad, desde los mitos y las teorías del eterno retorno hasta el afán de gloria y, en última instancia, hasta la voz constante de una duda que se insinúa en el corazón del hombre cuando este aparta como molesta la idea de una sobrevivencia. Demostración o refutación, confirmación o negación son solo, por consiguiente, dos formas únicas de racionalismo suicida, a las cuales es ajena la esperanza, pues esta representa simultáneamente, como Unamuno ha subrayado explícitamente, una duda y una convicción. A los temas de la doctrina del hombre de carne y hueso y de la esperanza en la inmortalidad, con los cuales va implicada su idea de la agonía o lucha del cristianismo, agrega Unamuno su doctrina del Verbo, considerado como sangre del espíritu y flor de toda sabiduría. Unamuno niega la tesis goethiana que hace de la acción el principio de todo ser para llegar a la confirmación, sustentada ya en el comienzo del Evangelio de San Juan, según la cual el principio es el Verbo. Pero el Verbo tampoco es para Unamuno un logos abstracto o sin contenido; el Verbo es más bien para él la cualidad concreta y presente del gesto y del lenguaje humanos. De este Verbo, de esta visión de lo que las cosas son en la inmediata presencia de su perfil, deriva para Unamuno el fundamento y el término de toda filosofía. La filosofía, definida por Unamuno como el desarrollo de una lengua, queda, pues, relativizada, pero a la vez adquiere un carácter concreto absoluto. La identificación de la filosofía con la filología no es la identificación del pensamiento lógico con la estructura gramatical; es el hecho de que el Verbo, como expresión directa e inmediata del hombre de carne y hueso, sea el instrumento y el contenido de su propio pensamiento. Por eso Unamuno ve la filosofía española no en los textos de los escolásticos, sino en las obras de los místicos, en las grandes figuras de la literatura. La esencia del pensamiento español, y también, naturalmente, la esencia de su vida, son así, como las del senequismo, esta tendencia que subraya frente a la originalidad del análisis la grandiosidad del acento y del tono. El problema de la verdad, problema fundamental de toda filosofía, es resuelto, pues, por Unamuno mediante esta articulación interna que liga al hombre concreto con su expresión verbal, mediante la concepción que ve en lo que el hombre dice al expresarse y en lo que dicen las cosas al ofrecerse al hombre la revelación de su verdad. Obras: En torno al casticismo, 1895 y 1902 (recogido en Ensayos, I, 1916). Paz en la guerra, 1897. De la enseñanza superior en España, 1899. Tres ensayos, 1900 (comprenden: ¡Adentro!, La Ideocracia y La fe; recogidos en Ensayos, II, 1916). Amor y Pedagogía, 1902. Paisajes, 1902. De mi país. Descripciones, relatos y artículos de costumbres, 1903. Vida de Don Quijote y Sancho, según Miguel de Cervantes Saavedra, explicada y comentada, 1905, 2ª edición con un nuevo ensayo, 1914. Poesías, 1907. Recuerdos de niñez y de mocedad, 1908. Mi religión y otros ensayos, 1910. Rosario de sonetos líricos, 1911. Por tierras de Portugal y de España, 1911. Soliloquios y conversaciones, 1911. Contra esto y aquello, 1912. El porvenir de España, 1912 (cartas cruzadas entre Unamuno y Ganivet, publicadas en El Defensor de Granada, 1897). Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, 1913. El espejo de la muerte, 1913. Niebla (Nivola), 1914. Ensayos, tomos I, II, III, 1916; tomos IV, V, 1917; tomos VI, VII, 1918. Abel Sánchez (Una historia de pasión), 1917. El Cristo de Velázquez. Poema, 1920. Tres novelas ejemplares y un prólogo, 1920. La tía Tula, 1921. Andanzas y visiones españolas, 1922. Rimas de dentro, 1923. Teresa: rimas de un poeta desconocido, 1923. Fedra. Ensayo dramático, 1924. Todo un hombre (Escenificación de la novela dramática titulada: Nada menos que todo un hombre), 1925. De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos, 1925. Como se hace una novela, 1927 (la traducción francesa apareció anteriormente, 1926). Romancero del destierro, 1928. Dos artículos y dos discursos, 1930). La agonía del cristianismo, 1931 (trad. francesa aparecida en 1925). El otro. Misterio en tres jornadas y un epílogo, 1932. San Manuel Bueno, mártir, y tres historias más, 1933. El hermano Juan o el mundo es teatro, 1934. Recopilaciones póstumas: La ciudad de Henoc. Comentario 1933, 1941. Cuenca ibérica (Lenguaje y paisaje), 1943. La enormidad de España, 1944. Paisajes del alma, 1944. Cancionero; diario poético, 1953, ed. F. de Onís. Serie de artículos recogidos por M. García Blanco y publicados bajo el título De esto y aquello, I, 1950; II, 1951; III, 1953; IV, 1954. En el destierro (Recuerdos y esperanzas), 1957, ed. M. García Blanco [45 artículos]. Inquietudes y meditaciones, 1957, ed. M. García Blanco. Cincuenta poesías inéditas (1899-1927), 1958, ed. M. García Blanco. Mi vida y otros recuerdos personales, 2 vols. (I: 1889-1916; II, 1917-1936), 1959, ed. M. García Blanco. Cuentos, 2 vols., 1961, ed. Eleanor Krane Paucker. Edición de Obras completas, 14 vols., ed. M. García Blanco, desde 1951. Epistolario entre Unamuno y Maragall, 1951 (con escritos complementarias de ambos autores). Cuadernos de la cátedra de Miguel de Unamuno, publicados desde 1948 bajo la dirección de M. García Blanco: I (1948); II (1951); III (1952); IV (1953); V (1954); VI (1955); VII (1958); IX (1960).
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